Si diera mi diezmo, hoy nadie estaría preguntándome porque no me congrego. Si diera mi diezmo cualquier congregación o mal llamado “iglesia”, me aceptarían. Si diera mi diezmo, no me expulsarían jamás de la iglesia, no me aislarían, mis hermanos se preocuparían de mí, no me borrarían del Facebook por orden del pastor. Si diera mi diezmo tendría un Pastor que estuviera a mi lado todo el tiempo. Si diera mi diezmo tendría una cierta posición dentro de la iglesia, sería un líder, un diacono, serviría la santa cena, enseñaría en la escuela dominical. Podría evangelizar para que más diezmadores llegaran a la iglesia. Y si es que mi diezmo fuera más alto que los diezmos de otros hermanos, entonces tendría derecho a predicar desde el púlpito (aunque no esté capacitado para eso), tendría voz en la toma de decisiones de la membresía, tendría jerarquía, podría ejercer autoridad. Y aunque no sepa nada de la Biblia, ni me comportara como un verdadero cristiano, tendría siempre mi buena posición sobre otros y el pastor no podría reprenderme jamás.
Si diera mi diezmo, el pastor no me llamaría nunca como un ladrón, no me diría que Dios me maldecirá, no me diría que nunca voy a prosperar. Si diera mi diezmo, ningún pastor me intimaría, ni abusaría espiritualmente de mí, no se enojaría conmigo porque yo sustente y cuide a mi familia con SUS DIEZMOS. Si diera mi diezmo no estaría perdiendo mi salvación como dice el pastor, no sería un rebelde, ni un peligro para mis hermanos, como él dice. Si yo diera mi diezmo no me cortarían nunca la ilusión de que los cielos se abren para mí, no despertarían mi ambición diciendo que si diezmo más, recibiré más. Si diera mi diezmo, no estaría obligado a hacerlo.
Si diera mi diezmo, pero… si diera mi diezmo, entonces no sabría qué sería de mí. Si diera mi diezmo entonces me estaría mintiendo a mí mismo, no tendría mi conciencia tranquila, mi fe se volvería al amor al dinero. Si diera mi diezmo, entonces no reconocería la eficacia de la sangre de Cristo, la muerte de Jesucristo seria en vano. Si diera mi diezmo, entonces si estaría maldecido por seguir las obras de la ley, la ley de un viejo pacto, débil, inútil, imperfecto, bajo maldición, que tenía que desaparecer, y que ha sido cancelado con la muerte de Jesucristo en la cruz y la llegada del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Si diera mi diezmo, entonces habría caído en una gran estafa, ya que el diezmo antiguo y para Israel nunca fue dinero, era en alimento. Porque ni Jesús mismo, ni sus apóstoles, ni los reformadores, ninguno de ellos pidió el diezmo. Porque Jesús les dijo a los fariseos que el diezmo ERA NECESARIO HACERLO, pero ya no.
Si diera mi diezmo, entonces no podría OFRENDAR como si bíblicamente es correcto para la obra de Dios, ofrendas de amor, según haya prosperado, y como lo proponga en mi corazón, sin base, ni topes, ni manipulaciones. Si diera mi diezmo, no podría ofrendar libremente, porque debo hacerlo sin tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y no hay nada que temer, pues es Cristo mismo el que llama y coloca en su Iglesia.
Los diezmos eran “según la ley” (Hebreos 7:5), y el fin de la ley es Cristo… (Romanos 10:4)
Escrito por el hermano Pablo Salinas