domingo, 25 de marzo de 2012

SEÑALES ENGAÑOSAS





SEÑALES   ENGAÑOSAS

"Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es" (Marcos 9.38-40).


Muchos argumentan a rajatabla que este hombre era un discípulo de Jesucristo, puesto que sacaba los demonios de las personas en el nombre de Jesús; y concluyen afirmando que el Señor está de acuerdo con cualquier individuo que pueda sacar demonios de las personas. Dicen que tal persona bien es un verdadero heraldo de la verdad, aunque no siga al Señor ni a sus discípulos; y que viene a ser un verdadero discípulo que tiene todos los derechos a participar de las bendiciones de Dios.
Pero para poder aclarar esto, tenemos que recurrir a lo que la palabra de Dios enseña. Antes de aclarar con el texto santo, tengo en mi mente unas preguntas. ¿Dónde declaran las Escrituras que Cristo haya hecho un llamamiento especial a este hombre y le haya enviado a sacar espíritus malignos? Si este hombre era de verdad discípulo del Señor, ¿por qué no andaba con Cristo y sus discípulos? Y cuando los discípulos del Señor le insinuaron que se uniera con ellos, ¿por qué rehusó este hombre seguir y andar con ellos y con el Maestro?
La Biblia declara que Cristo llamó a sus discípulos, y que fue necesario que éstos le siguieran. "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres" (Mateo 4.19). "Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron" (Mateo 4.20). Eran los suyos los que le siguieron."Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Juan 13.1b). Los verdaderos discípulos del Señor andaban recogiendo la mies con El. "El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama" (Mateo 12.30). No es para alarmarnos, pero hoy día andan muchos que dicen que hacen todo en el nombre del Señor; pero la verdad es que andan recogiendo cosecha por su propia cuenta, y en lugar de recogerla, la desparraman perdiéndola más de la verdad con sus ideas y lemas que esclavizan la mente de los ingenuos.

Lo más interesante para el maestro es la aclaración que él da del que haga milagros en su nombre y es lo siguiente: "Porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí" (Marcos 9.39). Pero aunque no digan mal de Cristo, pueden obrar mal procediendo por su propia cuenta, y buscando su propia gloria.

Cuanta gente hoy día no está buscando milagros y sanidades en muchas sectas como lo es el espiritismo, y los que proclaman tener dones de sanidades. Pero que tristeza, porque ponen su propio ego, dispuestos a recibir la popularidad y la alabanza de los ingenuos. No veo así a nuestro Señor; pues él nunca buscó el ego, sino el ayudar al necesitado con su corazón infinito de bondad. Dejó que otros fueran para proclamar sus milagros, los cuales efectuaba al instante, y no por episodios como lo hacen los líderes de ahora, que cuando fracasan, buscan la explicación a sus fracasos en la falta de fe del enfermo; cuando el verdadero fracaso se debe a su propia falta de fe.

No estamos prohibiendo a nadie que haga el bien, porque el Señor no nos envió para prohibir, sólo afirmamos que si alguno quiere recoger con Cristo, el tal tiene que seguirle, fielmente en sus pisadas divinas y no andar con su propia iniciativa, según sus propios pasos. Debe andar fielmente de acuerdo con los discípulos de Cristo, porque de no ser así, desparramará. Tiene que estar pegado a Cristo como el pámpano, pues de lo contrario no podrá hacer nada separado del Señor. "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego y arden" (Juan 15.1-6).
El Espíritu Santo y los apóstoles son los que darían el testimonio verdadero, pues ellos le habían seguido desde el principio. "Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio" (Juan 15.26,27).

Jesús asignó el reino a los que habían estado con él, sirviéndole, glorificando su nombre, y aprendiendo de él, pues era su Maestro. "Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel" (Lucas 22.28-30). Todas estas bendiciones son para los que siguieron al Señor en todo momento, y para los que le seguirán hasta la muerte del cuerpo físico. Pues los apóstoles recibieron este honor, porque ellos le habían seguido sin vacilar, y habían estado con él como verdaderos pámpanos, siempre pegados a la vid verdadera.

Pero el que no le siguió no podemos creer que haya tenido estos privilegios, ni estas promesas, aunque en el día del juicio venga diciéndole:"Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mateo 7.22,23). Este pasaje será muy duro para aquellos líderes que dicen sacar demonios, proclamar sanar enfermos del cuerpo y sacar espíritus malignos de los mortales; pues olvidan proclamar la salvación del alma, que es lo que busca Jesucristo. Las palabras "Nunca os conocí; apartaos de mi, hacedores de maldad" serán un profundo dolor y decepción para los que usan el nombre del Señor para fines mezquinos.



"Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán... Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos... Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos" (Mateo 24.4,5,11,24).

¿Necesita usted de grandes prodigios y señales para creer lo que está completo en la palabra de Dios? ¿Ha oído usted de alguien que ande haciendo prodigios y señales?

Creo que todo mi corazón que las Escrituras son suficientes, y son completas al declarar toda la verdad de Jesucristo; pues sé que bienaventurado será el que cree sin ver. También creo que no necesito de más prodigios ni señales para creer y obedecer a Cristo, ni antes de él, ni después de él, pues lo que él ha hecho son obras que ninguno ha hecho hasta ahora, y son suficientes.

Concluyamos pues con la enseñanza del apóstol de la doctrina cristiana que dice: "Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciendose pasar por Dios... Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia" (2 Tesalonicenses 2.3-4, 7-12).
Por. Diego Mauricio Ortiz Guerrero